Marcando la diferencia 

Todos tenemos un deseo innato de ser importantes, de saber que nuestras vidas marcan la diferencia. En el fondo, anhelamos dejar el mundo un poco mejor de como lo encontramos. Para los seguidores de Jesús, este llamado no se trata de fama ni reconocimiento, sino de impacto. Se trata de ser sal y luz en un mundo que necesita desesperadamente ambas.

Jesús dijo en Mateo 5:14-16: «Vosotros sois la luz del mundo… que vuestra luz brille delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos». Marcar la diferencia comienza ahí mismo, con la luz. No con el brillo cegador del éxito humano, sino con el resplandor constante y fiel de una vida vivida para Dios. A lo largo de las Escrituras, vemos a personas comunes y corrientes usadas por Dios para obrar cambios extraordinarios. Moisés era un pastor tartamudo cuando Dios lo llamó a liderar una nación. Ester era una joven puesta en la corte real «para un tiempo como este». El muchacho con cinco panes y dos peces no tenía mucho, pero en manos de Jesús se convirtió en más que suficiente. El denominador común no es su habilidad, sino su disponibilidad. Dios se deleita en usar corazones dispuestos para brindar esperanza, sanación y transformación.

En una cultura obsesionada con el éxito individual, el mensaje del Reino es radicalmente diferente. Nos recuerda que la verdadera importancia no reside en el estatus, sino en el servicio. Jesús, el Hijo de Dios, lavó los pies de sus discípulos, la tarea del siervo más humilde. Él nos mostró lo que significa la verdadera grandeza. Para marcar la diferencia, primero debemos aprender a servir. Ya sea dando la bienvenida a alguien en la puerta, visitando a quien se siente solo, animando a un amigo que atraviesa dificultades o simplemente escuchando, cada acto de bondad se extiende de maneras que tal vez nunca veamos. A veces pensamos que marcar la diferencia requiere grandes gestos o plataformas globales. Pero la verdad es que la diferencia comienza en lo cotidiano. Se encuentra en la constancia, la compasión y la valentía. Se trata de cómo tratamos a los demás cuando nadie nos ve, cómo respondemos a los desafíos y cómo usamos los dones que Dios ha puesto en nuestras manos.

Cuando seguimos el ejemplo de Jesús, comenzamos a ver con los ojos del Reino. Aprovechamos las oportunidades para bendecir, restaurar y amar. El Buen Samaritano no pasó de largo ante el hombre herido; se detuvo, se preocupó y actuó. Marcar la diferencia a menudo implica detenernos lo suficiente para ver la necesidad que tenemos justo delante. Significa negarnos a ser indiferentes. En Runnymede, nuestra comunidad está llena de oportunidades silenciosas para marcar la diferencia: en nuestras escuelas, lugares de trabajo, vecindarios y familias. Los desafíos pueden parecer grandes, pero Dios nunca nos pide que lo arreglemos todo. Nos pide que seamos fieles con lo que tenemos delante. Cuando actuamos con obediencia, incluso las semillas más pequeñas pueden convertirse en árboles majestuosos.

Pablo escribió a los Gálatas: «No nos cansemos, pues, de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos» (Gálatas 6:9). Hay poder en la persistencia. A veces, el fruto de nuestra fidelidad tarda años en aparecer, pero Dios siempre honra lo que se hace en su nombre. Marcar la diferencia también significa destacar, no para llamar la atención, sino por la verdad. En un mundo donde a menudo resulta más fácil ceder, elegir la integridad, la honestidad y la compasión es un acto de gran valor. Cuando vivimos de forma diferente, la gente lo nota. Nuestras vidas se convierten en testimonios vivientes que guían a otros hacia Jesús.

Vale la pena recordar que la mayor diferencia que podemos marcar es eterna. Alimentar al hambriento, cuidar del pobre, apoyar a nuestra comunidad: estas son expresiones vitales de amor. Pero guiar a alguien a experimentar el amor de Cristo lo cambia todo para siempre. Cuando compartimos nuestra fe, no solo mejoramos una vida; transformamos un destino.

En la Comunidad Cristiana de Runnymede, estamos llamados a marcar la diferencia: a llevar esperanza donde hay desesperación, fe donde hay miedo y amor donde hay soledad. Cada vez que nos reunimos, servimos u oramos, creamos un espacio para que Dios actúe. Cada acto de servicio es una semilla sembrada con fe.

No subestimemos el poder de las pequeñas cosas hechas con gran amor. La sonrisa que alegra el día a alguien, la oración que trae paz, la generosidad que satisface una necesidad oculta: estos son los momentos que transforman vidas. Jesús dijo que incluso dar un vaso de agua fría en su nombre no quedará sin recompensa.

Si queremos marcar la diferencia, todo comienza con la entrega: devolver nuestro tiempo, talentos y recursos a Aquel que nos los dio. Es decir: «Aquí estoy, Señor, úsame». Y cuando lo hacemos, descubrimos que marcar la diferencia no se trata solo de cambiar a los demás; nos cambia a nosotros mismos. Crecemos en fe, propósito y alegría al ver a Dios obrar en nuestras vidas.

Así que hoy, preguntémonos: ¿Dónde puedo iluminar el camino? ¿A quién puedo animar? ¿Cómo puedo servir?

Porque cuando decidimos marcar la diferencia, incluso en pequeños gestos, el cielo lo nota. Y el Dios que multiplica los panes y los peces se complace en tomar lo poco que ofrecemos y usarlo para alimentar a multitudes.

«Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.» – Mateo 5:16