Marcando la diferencia en tu generación 

Marcar la diferencia en nuestra generación no se trata de grandes gestos ni de reconocimiento público; se trata de vivir fielmente el llamado de Dios en el lugar y el tiempo en que Él nos ha puesto. Cada generación enfrenta sus propios desafíos, su propio ruido cultural y sus propias batallas espirituales, y sin embargo, Dios constantemente levanta hombres y mujeres comunes y corrientes que están dispuestos a caminar cerca de Él y permitir que su carácter brille a través de sus vidas. Marcar la diferencia es elegir la obediencia diaria. Es preguntar: «Señor, ¿qué quieres que haga aquí, hoy, con lo que me has confiado?». No se mide por la magnitud, sino por la entrega. Un simple acto de bondad ofrecido en el nombre de Jesús puede tocar la eternidad tan profundamente como un sermón predicado a miles. Los grandes héroes de las Escrituras no eran extraordinarios en sí mismos; simplemente se pusieron a disposición de un Dios extraordinario.

La oración se encuentra en el corazón mismo de este llamado. Si deseamos marcar la diferencia, debemos comenzar de rodillas. En 2 Crónicas 7:14, Dios deja bien claro que la transformación, ya sea en una nación, una comunidad o una vida individual, comienza cuando su pueblo se humilla, ora, busca su presencia y se aparta de su propio extravío. La oración nos alinea con los propósitos celestiales. Agudiza nuestros oídos para escuchar su voz en medio del ruido de un mundo inquieto. Sin oración, corremos el riesgo de actuar con nuestras propias fuerzas, apoyándonos en nuestra propia sabiduría y confundiendo la actividad con el fruto. Santiago nos recuerda que la oración del justo es poderosa y eficaz porque conecta al creyente con el corazón y el poder de Dios. Cuando oramos, invitamos a Dios a obrar de maneras que nosotros no podemos. Accedemos a una fuerza que supera con creces la nuestra y abrimos puertas que el mundo natural no puede abrir. La oración no solo apoya la obra; es la obra misma. Todo avivamiento, todo movimiento de Dios, toda transformación de una familia, comunidad o individuo ha comenzado con creyentes comunes que buscan a Dios con perseverancia y humildad.

Hebreos 12:1 habla de correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante, y esta imagen a menudo me interpela personalmente. A cada uno de nosotros se nos confía una carrera única. No se trata de una carrera de velocidad impulsada por la adrenalina y la emoción, sino de una larga y constante obediencia moldeada por la disciplina, la confianza y la perseverancia. Correr nuestra carrera significa abrazar el llamado específico que Dios ha puesto en nuestras vidas y negarnos a compararlo con el de otra persona. Significa reconocer que los obstáculos y las luchas no son señales de fracaso, sino oportunidades para crecer. El autor de Hebreos nos anima a despojarnos de todo lo que nos estorba, las distracciones, las dudas y los pecados que se aferran a nosotros, y a correr con la mirada fija en Jesús. Correr mi propia carrera significa que debo volver continuamente mi enfoque a Él, permitiéndole moldear mis motivos, renovar mi determinación y recordarme que la meta final no es mi éxito, sino su gloria revelada a través de mi vida. Me recuerda que soy parte de una historia mucho más grande, una que se extiende a través de generaciones y encuentra su plenitud en Cristo.

Al reflexionar sobre mi propio camino y los próximos pasos de mi carrera, me doy cuenta de que dependo cada vez más de las oraciones de quienes caminan conmigo en la fe. Necesito oración para tener claridad y discernir a qué me llama Dios en esta etapa y qué me pide que deje de lado. Necesito oración para tener fortaleza, porque el llamado de Dios a menudo requiere esfuerzo, sacrificio y la voluntad de adentrarme en situaciones donde la fe debe superar la comodidad. Necesito oración para tener valor, para no desaprovechar las oportunidades de compartir Su amor o de liderar donde Él me impulsa a hacerlo. Y necesito oración para mantener una intimidad constante con Él, porque sin esa conexión profunda y personal, la carrera se vuelve pesada en lugar de gozosa. Sobre todo, deseo oración para que mi vida permanezca alineada con Sus propósitos, que cada paso que dé honre a Cristo y que cualquier impacto que logre en esta generación refleje Su corazón y no solo mi esfuerzo. ¿Y tú?

En definitiva, marcar la diferencia, orar con propósito, correr nuestra carrera y buscar a Dios para los próximos pasos están todos entrelazados. Como comunidad, animémonos unos a otros, apoyémonos mutuamente en la oración y motívenos unos a otros hacia la clase de fe que deja un legado para las generaciones venideras.